Imagen: Infobae
Por: María Eugenia García y Jesús Martínez
Caracas, 16 de noviembre de 2020
Al hablar de desarrollo económico, uno de los dilemas más difíciles de enfrentar por parte de los policymakers es enfrentar la disyuntiva de qué es más importante atacar entre pobreza y desigualdad. En primer lugar, es importante destacar que la pobreza no significa desigualdad y viceversa.
La pobreza es la restricción en términos monetarios que tienen los individuos para satisfacer sus necesidades básicas que le generen calidad de vida. Existen dos tipos de pobreza: la pobreza absoluta, que es la carencia de bienes o recursos materiales que deterioran la calidad de vida y la pobreza relativa, la cual compara qué tan pobre es una persona en relación a otras, aunque eso no necesariamente prive a las personas de tener los bienes y servicios necesarios para una vida digna, pues existen umbrales de pobreza. Para ilustrar, eres pobre en Noruega si ganas menos de 62.000 euros al año o menos de un dólar al día en Canadá. Ahora bien, la desigualdad se refiere a una distribución de ingresos y la riqueza injusta o el trato diferenciado de un individuo con respecto a otro. En otras palabras, la pobreza es la escasez o falta de recursos, mientras que la desigualdad es la forma desequilibrada en la que dichos recursos son repartidos entre los habitantes de un país.
Además, es importante resaltar que no son fenómenos mutuamente excluyentes, es decir, una nación puede evidenciar ambos males al mismo tiempo o uno solo de estos, el dilema surge sobre cuál es más urgente. Países como por ejemplo India presentan desigualdad y pobreza, Ucrania presenta pobreza pero no desigualdad, Singapur presenta desigualdad pero no pobreza y Dinamarca no presenta ni pobreza ni desigualdad –considérese el hecho de que siempre va a haber pobreza y siempre va a haber desigualdad, pero cuando se indica que no hay, es que se registran en los mencionados países muy bajos niveles de dichos fenómenos–.Detrás de estos logros en contra de la erradicación de la una u otra alternativa, los gobiernos deben hacerle frente a muchas interrogantes antes de plantear sus objetivos y tomar acciones en función de ellos: ¿Cuál de los dos fenómenos es más grave? ¿Es más delicado un país con pobreza o con desigualdad? ¿Qué está afectando más a la población? ¿De cuál se puede salir primero?
Este ha sido un tema de discusión entre economistas durante décadas. Las posturas de un lado u otro han dependido en gran medida de sus propias concepciones ideológicas al respecto. En este sentido, con objeto de contribuir a este debate tan interesante hemos decidido enfrentar nuestras opiniones al respecto, con objeto de encontrar posibles puntos de encuentro.
Erradicar la desigualdad social es clave para el desarrollo de los habitantes
Por María Eugenia García
Imagínese usted por un momento en un escenario utópico, en donde no existen diferencias de raza, género, profesión, cultura, idioma, en donde las oportunidades están dadas y son las mismas para todos, en donde tengamos las mismas ganas de producir, de crear, de dejar nuestra huella y legado en esta vida… ¿habría pobres? Si algo te enseña la economía es a no dar respuestas cerradas, generales y concluyentes, pero es probable que no haya pobres, porque en mi opinión, si bien la pobreza te limita y restringe en muchos aspectos de la vida por falta de recursos, lo determinante es la equidad y repartición de los mismos.
Igualdad no es quitarle al rico para darle al pobre porque no es un juego de suma cero, para yo ganar no es necesario que tú pierdas, la idea es que ganemos todos. Tampoco es que seamos todos similares porque no todos tenemos los mismos incentivos, va más allá, se trata de que tengamos los mismos privilegios, las mismas oportunidades, el mismo trato. No es darle un trozo del pastel más grande a los más necesitados, es aumentar el tamaño del pastel y distribuirlo adecuadamente. Es que el rico se haga más rico si trabaja y se esfuerza más y que el pobre deje de ser pobre. De acuerdo con el FMI y la OCDE, existe una correlación negativa entre desigualdad y crecimiento, por lo tanto, el impacto es mesurable y por lo tanto, debe ser urgente y prioritario, pues perjudica a todo un país, mientras que la pobreza solo afecta a un grupo de personas.
Antes de continuar abogando por la equidad, debo exponer el hecho de que esta opinión puede ser un poco desafiante y contradictoria, veamos un simple ejemplo para evitar caer en confusiones: yo estudio para un examen con antelación y saco 19 y un compañero de mi salón no es honesto, hace trampa y saca 20, la universidad postula a becas de postgrado en el extranjero a quien haya sacado 20 en el examen, por lo tanto postulan a mi compañero… ¿merece la oportunidad de recibir la beca? Hago este ejemplo porque igualdad también está posibilidad de optar y tener a las mismas oportunidades que otros individuos, sin embargo la economía no hace distinción ni juicios morales, no puede haber casos particulares porque todo es muy general, es como pechar impuesto a los ricos para aumentar el gasto público subvencionando a los desempleados o pobres. Los ricos no quieren eso porque ellos producen y no necesariamente con dicha finalidad, lo ideal sería que esas personas a las que están financiando con ayudas gubernamentales trabajaran. Si en un país el salario mínimo es de 1.000 euros, si la persona gana 700 euros al mes “matando tigres”, estaría bajo el umbral de pobreza, pero eso no necesariamente implica que 1) la persona viva bajo condiciones de miseria y 2) que deba ser subvencionada. Más allá de darles ayudas financieras a los pobres, denle trabajo ¿Por qué no darle oportunidades de producir, de formarse, de producir, de surgir y de aportar? Cito la frase “Dale un pescado a un hombre y comerá un día, enséñale a pescar y comerá todos los días”.
Pienso de esta manera: Si en un salón de clases de un colegio de clase media hay un alumno rico y un alumno pobre, el problema no es que el segundo sea pobre, sino que no va a tener las mismas herramientas y oportunidades para surgir, porque el rico podrá costear una educación de mayor calidad, podrá alimentarse mejor, tiene acceso a los bienes y servicios básicos, tiene más estabilidad y seguridad. Si mañana hubiese un examen en ese colegio, el niño rico solo tendría que ir a su casa con el chofer, almorzar balanceadamente y estudiar todo lo que queda de noche. Por otra parte, el niño pobre debe tomar un autobús, luego otro, luego el metro, luego nuevamente el autobús para llegar a su casa, no tiene qué comer, no tiene luz y mucho menos internet, está indudablemente mucho más complicado, pero el problema no es que sea pobre o que su compañero sea rico, es que si falla en el examen, perderá la oportunidad de seguir estudiando, de desarrollarse como profesional y de apuntar a una mejor calidad de vida. Si falla no perderá dinero, perderá oportunidades.
Cuando un país busca eliminar la pobreza, busca que sus habitantes más necesitados tengan mayor calidad de vida, cuando un país busca eliminar la desigualdad busca que sus habitantes mantengan y mejoren su calidad de vida. Considero que aquí no se trata de darle dinero al pobre, pues pobreza va más allá de dinero, también incluye factores como valores, consciencia, criterio, voluntad y ganas de salir adelante. Incluye una buena administración de los recursos, saberlos gestionar como lo que efectivamente son: escasos.
Igualdad no es que yo como pobre pueda acceder a servicios de salud gratuitos en hospitales y tu como rico debas pagarlos en clínicas, igualdad es que si tú o yo nos enfermamos, podamos acceder a buenos hospitales o si queremos pagar buenas clínicas, es respetar la propiedad privada y poder aprovechar la propiedad pública. Es involucrar a todos los habitantes en una misma línea de pensamiento en donde se busque no hacer a los ricos menos ricos y a los pobres más ricos, es hacernos a todos más ricos como sociedad, equitativamente. Es poder expandirse desde las posibilidades, capacidades, oportunidades, desde la participación y la libertad del poder escoger. Dejar de ser pobre implica tener más dinero, dejar de ser desiguales implica tener acceso a salud, educación, servicios básicos, desarrollo y mayores condiciones de vida. Lo ideal sería acortar la brecha de la renta distribuida, el rico seguiría siendo rico y el pobre podría incluso serlo también, no se excluye a nadie, todos podemos participar.
El temor de atacar la desigualdad es que si no se hace realmente entendiendo de qué trata y de cuál es el verdadero enemigo, pueden realizarse políticas que terminen destruyendo la riqueza de la población más rica, en vez de orientar las políticas a incentivar la superación de la pobreza de los más desfavorecidos, permitiendo así que estos prosperen. Es fundamental atacar la desigualdad, pues a diferencia de la pobreza, la desigualdad ocasiona un malestar generalizado en la nación, ya que aumenta el desempleo, la violencia y criminalidad, hay marginación social, el país se atrasa a nivel económico, de educación y de servicios sanitarios, aumenta la desnutrición y mortalidad infantil y en líneas generales, las personas no reciben el mismo trato.

El problema no es la desigualdad, el problema es la pobreza
Por Jesús Martínez
Desde los Estados Unidos a Latinoamérica, África, Asia y Europa es muy común que se escuche tanto a políticos, pensadores como a intelectuales de todo el mundo afirmar vehementemente que el mayor problema que enfrenta no solo su país sino nuestra sociedad moderna es la desigualdad de ingresos entre los ricos que se hacen cada vez más ricos y los pobres que se hacen cada vez más pobres. Incluso la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha hecho eco de estas protestas y en sus Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) habla sobre la reducción de las desigualdades y lo establece como su objetivo número 10.
De acuerdo con la ONU, para 2016 el 1% más rico recibía el 22% de los ingresos del mundo. Y si las cosas siguen «como de costumbre», el 1% más rico del mundo alcanzará el 39% para 2050. Una vez considerado lo anterior, es común que mucha gente se pregunte ¿por qué son solo unos pocos los que concentran la mayor parte de la riqueza dejándonos a los demás pobres? O bien, ¿por qué no se reparte esa riqueza cuando hay tantas familias con hambre? Yo por mi parte me pregunto ¿y eso qué?
Alrededor del mundo existe desigualdad en el acceso a la sanidad, educación, movilidad social, alimentación, agua potable u otros bienes o servicios. Nuestra sociedad es desequilibrada, es cierto, pero a mi parecer estamos viendo el problema desde la perspectiva equivocada. La desigualdad en sí misma no es el problema, el problema es la pobreza.
Primeramente, es importante entender que la desigualdad es un proceso natural que surge de nuestra diversidad de talentos, productividad, recursos, etc. En un marco de libertad económica, para que alguien ostente una gran fortuna no tiene otro camino para hacerlo más que el de satisfacer necesidades ajenas ya sea con la creación de bienes o con la prestación de servicios que el consumidor necesite y por los que esté dispuesto a pagar. En este proceso, además, se crean empleos y se estimulan otras actividades económicas. El que sea más eficiente en esta labor simplemente se hará más rico.
En la medida en que los países acumulan riqueza, especialmente si lo hacen rápidamente, es inevitable que se produzca un ensanchamiento de las diferencias en el ingreso. Esto sucede porque existen sectores cuya acumulación de capital tiende a ser más rápida que otras y esto contribuye a aumentar ese gap. No obstante, ello no implica necesariamente que los demás sectores no estén creciendo sino que lo hacen a un ritmo más lento. Adicionalmente, la evidencia sugiere que, en economías de mercado, un aumento de la desigualdad y un crecimiento económico sólido trabajan en conjunto ampliando la riqueza, puesto que crea una clase media más rica y pobres menos pobres. Esto se ha visto recientemente en países emergentes como China, India o Turquía.
Es pertinente hacer referencia a este punto, ya que la existencia de un rico no da como resultado automáticamente la existencia de un pobre. Los igualitaristas presuponen equivocadamente que el pastel económico está dado. Es decir, que existe un total de riqueza que debe ser repartido entre la población. Desde esta lógica, una porción mayor para alguien solo se lograría a expensas de otros. Pero lo cierto, es que la economía no es un juego de suma cero. El pastel económico crece, y así lo ha hecho de manera sostenida desde la Revolución Industrial. Por eso hoy, nuestra sociedad es más rica en todo sentido de lo que era hace 300 años. Alguien considerado pobre hoy sigue estando mejor que alguien pobre del siglo XVIII.
El problema radica en que el tema de la desigualdad ha sido tomado como parte de una agenda política por parte de corrientes reaccionarias y populistas. En este sentido, la palabra “pobreza” ha sido reemplazada de forma deliberada por el de “desigualdad” y, de esta manera, implícitamente se hace responsable a los ricos de la miseria de los sectores más desfavorecidos. Esto ha sido tremendamente negativo para nuestras sociedades ya que se le ha dado mayor poder al Estado para que, teóricamente, garantice la repartición igualitaria de la riqueza, cuando la experiencia empírica señala que en los sitios donde el Estado ha aparecido como el jugador que “redistribuye” para “solucionar” el problema de la desigualdad, quitándole a los ricos para repartirlo a los pobres, los ingresos han caído y la pobreza, y el desempleo han sido más altos.
Si la desigualdad fuera realmente un problema, tendríamos que estar todos de acuerdo que en una situación de 10 personas con un ingreso de entre 10 y 100 dólares, estas estarían mejor que otras 10 que cuenten con ingresos de entre 1.000 y 1.000.000 de dólares. Es necesario resaltar que estar económicamente peor que otros no significa estar económicamente mal, más considerando que lo verdaderamente importante es que las personas puedan vivir vidas gratificantes. Por esto, en su libro «Sobre la desigualdad», Harry G. Frankfurt, argumenta que la obligación moral debe estar en la eliminación de la pobreza, no en lograr la igualdad, y tratar de asegurarse de que todos tengan los medios para llevar una buena vida. Suponiendo una línea de ingreso mínimo bajo la cual las personas se consideren pobres o extremadamente pobres, la meta debería ser que la mayor cantidad de personas superen esa línea para que salgan de la pobreza y puedan tener calidad de vida. Aunque la diferencia entre los que apenas superen esa línea y los que más tienen sea grande. Esta tarea no implica quitarle a los de arriba para darle a los de abajo sino en impulsar a la sociedad como un todo.
Se presta demasiada atención al hecho de que el 1% de la población sean multimillonarios. Necesitamos concentrarnos más en ayudar a los menos afortunados, quienes por falta de equidad en el acceso a derechos fundamentales son incapaces de mejorar su situación. Aquí habría que diferenciar dos conceptos: el de igualdad y el de equidad. Igualdad implica darle lo mismo a todos, mientras equidad darle a cada quién lo que le corresponde.
Una sociedad que propugne la igualdad absoluta tiene dos vías, buscar que todos sean igualmente ricos o que todos sean igualmente pobres. A la primera situación se podría llegar mediante políticas económicas enfocadas en aumentar las libertades y oportunidades, limitando al Estado para el desarrollo del hombre y reconociendo el mérito, lo cual en sí mismo implica ser equitativo y desigual. A la segunda se llega “redistribuyendo” el ingreso de los que más tienen a los que menos tienen y poniendo coto al crecimiento de los negocios, conduciendo al empobrecimiento de la economía.
Ciertamente, sería inocente desestimar a la desigualdad como un tema del que derivan otras problemáticas complejas para nuestras sociedades. Que la desigualdad sea moralmente objetable se deriva del hecho de que tiende a generar desigualdades de otros tipos, como privilegios fuera de la ley. Adicionalmente, las disparidades muy profundas pueden ser un obstáculo para el efectivo ejercicio de los derechos y el bienestar de las personas cuando unos sí se enriquecen a expensas de otros. Esto sucede en países con altos niveles de corrupción e instituciones débiles, así como cuando el Estado crece exageradamente en detrimento de los ciudadanos, siendo este un tipo de desigualdad a la que no se le presta mucha atención. Todo lo cual puede poner en riesgo la supervivencia de personas, sociedades y naciones enteras.
Los aspectos negativos que emanan derivativamente de la desigualdad de ingresos hay que abordarlos. Pero el Estado más que impulsar la igualdad de ingresos debe proponerse la “igualdad de oportunidades”. Enfocarse en comparar nuestro estatus económico con el de otros es un análisis superficial que nos aparta de lo que debería ser el verdadero propósito: la eliminación de la pobreza como forma de conseguir el progreso de la sociedad.
Conclusiones
En conclusión, existen diferentes perspectivas acerca de cuál de ambas situaciones (pobreza o desigualdad) deberían ser priorizadas o cuál es más urgente. Todo depende del punto de vista desde el que se tomen estas dos problemáticas socioeconómicas. Tampoco existe una concepción universal en cuanto a las formas más efectivas de abordarlas. En lo que sí podemos unir voces es que el problema de fondo es la pobreza. La dificultad resulta en que para algunos, la desigualdad no es realmente un problema. Mientras que para otros, en los niveles de desigualdad surge en sí misma la pobreza y en reducirla está su solución. Si bien es cierto que las desigualdades generan tensiones sociales que pueden colapsar el crecimiento, así mismo un país puede crecer con la desigualdad ampliándose, no así con pobreza creciente.
En este sentido, es importante resaltar que tanto la pobreza como la desigualdad son problemáticas multidimensionales, es decir, dependen de muchísimos factores interrelacionados entre sí que escapan de un simple análisis de política o de economía.
Este es un interesante debate del que se podrían escribir libros enteros. Pero más allá de esto y de nuestras posiciones ideológicas, debe entenderse que ambas situaciones son dañinas para el desarrollo económico de los países y que, por ende, deben ser de algún modo abordadas. Cuál primero y cuál después. Todo depende de cada sociedad en particular y su contexto único. No existen recetas cuando se habla de sociedades vivas con diferentes características, costumbres, historia y estructuras institucionales.

