Por: Jesús Martínez
Caracas, 11 de agosto de 2025
Alfred Marshall (1842-1924) es considerado, junto a León Walras, como uno de los dos contendores por el título de padre de la teoría microeconómica neoclásica. Este economista inglés graduado de Cambridge, construyó su base teórica sobre los trabajos de sus coterráneos y antecesores Adam Smith, David Ricardo y J.S. Mill y desarrolló un marco teórico analítico que todavía hoy sirve como base de la actual teoría económica a nivel de estudios de licenciatura y en mucha de la política económica.
“Marshall vino a la economía con un entrenamiento de licenciatura en matemáticas y con sólidos sentimientos humanitarios acerca de mejorar la calidad de vida del pobre” (Landreth & Colander, p. 284). En efecto, Marshall fue una extraña mezcla de teórico, humanista, matemático e historiador, el cual trató de resolver las controversias de su tiempo mientras conciliaba lo mejor del análisis clásico con las nuevas herramientas de los marginalistas para explicar las fuerzas que determinan los precios y la asignación eficiente de recursos.
Alfred Marshall fue siempre un positivista y se enfocó en la teoría aplicada y se mostró desinteresado por el empirismo. Su habilidad matemática lo hizo consciente del poder de las matemáticas como herramienta en las manos de un economista. No obstante, el economista, desde el punto de vista marshalliano, también debe ser capaz de conjugar la teoría con la descripción y la historia. En este sentido, el inglés pensaba que la economía debía constituirse como una “ciencia exenta de valores” aunque tuviese cierto aspecto normativo, pues suponía que la economía era universalmente verdadera, por ende, históricamente válida y de general aplicación a todas las sociedades.
Marshall dio un enfoque microeconómico a su análisis de la economía y supone que esta funciona mediante las fuerzas naturales del mercado, el cual corrige automáticamente las ineficiencias y distorsiones de orden externo en el largo plazo. Así pues, siguió la línea ortodoxa de la no intervención estatal, pues consideraba que sólo contribuía a crear desórdenes innecesarios en el mercado.
En su análisis del sistema de precios afirmó que “los precios son resultado de un vasto conjunto de fuerzas que interactúan”, no obstante, defendió la teoría del valor-trabajo propugnada por Smith y Ricardo, a pesar de las críticas de que los precios relativos no eran determinados por la oferta a largo plazo sino por la utilidad y la demanda. Es más, en 1890 Alfred Marshall definió la “Ley del precio único” que, en su interpretación más sencilla, establece que, en ausencia de costos transaccionales, el precio de un bien debe ser el mismo entre dos países ajustado por la tasa de cambio.
Ahora bien, a pesar de ser clásico, también se dio cuenta de algunas fallas en la economía ortodoxa, especialmente en la economía ricardiana la cual falló en reconocer que las sociedades son siempre cambiantes. De hecho, el propio Marshall esperaba que sus contribuciones se volvieran obsoletas en la medida que las nuevas teorías tomaran el lugar de las anteriores. Esta autocrítica quizá no hubiese sido posible de no haber vivido en aquellos tiempos tumultuosos en el pensamiento económico. Allí enfrentó intelectualmente desde los posricardianos, hasta los marxistas y los marginalistas. Ante esto, incluso se podría afirmar que su pensamiento es resultado de estas controversias y disensiones a la teoría económica clásica.
Desde este punto de vista, Marshall guarda gran similitud con J.S. Mill en su carácter ecléctico, pues siempre trató de guardar una posición equidistante entre todas estas nuevas corrientes, criticando algunos puntos de sus teorías, pero aceptando a su vez la multiplicidad de enfoques metodológicos dentro de la economía. Landreth y Colander (2006) afirman que Marshall “intentando lograr un juicio equilibrado fue algunas veces vago e indeciso. Él en ocasiones parecía estar diciendo que todo depende: Ricardo estaba en lo correcto, pero también equivocado; la teoría abstracta era buena y mala; el método histórico podía ser útil, pero la teoría es necesaria también” (p. 286).
Pasando por alto este último aspecto, la marca de Marshall en la historia del pensamiento económico es contundente, por ello sus aportes al pensamiento económico, de más de cien años, todavía generan gran interés en la primera de las ciencias sociales. Si bien, muchos economistas como Chamberlin, Robinson y el propio Keynes hicieron aportes revolucionarios a la economía, estos no pudieron pasar por alto ciertos aspectos de la teoría marshalliana prácticamente inatacables, e incluso es posible que muchas de sus ideas fueran sugeridas por las teorías del economista de Cambridge.
Referencias bibliográficas
Landreth, H. & Colander, D. (2006). History of Economic Thought (4th, Ed.). Boston: Houghton Mifflin Company

