La Economía Clásica desde dos perspectivas

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Por: Jesús Martínez

Caracas, 21 de julio de 2025

No hay en la historia quizá economistas tan similares y a la vez tan distintos como lo fueron David Ricardo y John Stuart Mill. Ambos ingleses, economistas clásicos, hombres de negocios, pero con ciertos puntos de vista que llegarían a ser diametralmente opuestos y hasta antagónicos. Ambos eran viejos conocidos, de hecho, según Paul Samuelson (1975) “de no haber sido por el consejo de James Mill, padre del precoz John Stuart Mill (1806-1873), Ricardo no habría pasado de ser un panfletista y representante en el Parlamento de un miserable distrito. El viejo Mill estimuló a Ricardo a escribir sus Principios de economía política y tributación (1817) con lo que quedó asegurada su fama” (p. 918). Sin embargo, mientras que para Ricardo la economía se veía más desde una dimensión eminentemente lógica y predictiva, para J.S. Mill esta se debía enfocar desde el aspecto ético y utilitario.

David Ricardo es uno de los pocos economistas que ha logrado cautivar a pensadores de tendencias tan diversas como la liberal, keynesiana e incluso marxista. Samuelson (1975) afirma que “pocos escritores han tenido la suerte de un Robert Frost, que agrada tanto a las personas cultivadas como las no cultivadas. David Ricardo fue y es uno de los afortunados” (p.918), esto se observa con claridad en que no obstante las divergencias observadas entre la teoría y los hechos propuestos por el inglés como el principio de los rendimientos históricamente decrecientes, la tasa de beneficios decrecientes en el tiempo e incluso la apropiación de la teoría pesimista de Malthus “los economistas se aferraron a las predicciones del modelo ricardiano a pesar de que estaba en conflicto con la evidencia empírica”, esto se debía en gran parte a la aceptación del abstracto y deductivo modelo ricardiano el cual se consideraba indiscutible.

Tal fue la sutileza de la lógica del inglés que existe peligro de una supervaloración, tanto en comparación con Smith y Keynes como con sus contemporáneos Malthus y J.S. Mill. Sin embargo, “la lógica de Ricardo es extremada en sus simplificaciones más bien que superlativa en su rigor” (Samuelson, 1975, p. 919). Ahora bien, debido al avance natural de la ciencia económica seguirían surgiendo nuevas perspectivas dentro de una disciplina que aún daba sus primeros grandes pasos. John Stuart Mill, el tercero de los grandes economistas clásicos, demostró que la economía como ciencia social debía ser más humana y se enfocó en el carácter deductivo de esta ciencia. Es menester señalar que Mill nunca se consideró infalible, pues precisamente el desarrollo de las actividades económicas merecía “una continua revisión de la relevancia de la teoría para los hechos”. 

John Stuart Mill “intentó combinar la obstinación del liberalismo clásico con el humanismo de la reforma social” para, de esta forma, promover una sociedad y economías más justas. El filósofo y economista escocés destacado también en campos ajenos a la simple técnica económica (y quizá muy poco valorado dentro de la economía en sí), es quizá uno de los economistas con mayores aportes a la ciencia a pesar de que sus avances se vieron ensombrecidos por su eclecticismo, es decir, por su posición media entre corrientes distintas. 

De hecho, si Ricardo peca de simplista, Mill lo hace por su variopinta ideología. Historiadores lo consideran en su primera etapa como liberal clásico propulsor del laissez faire, laissez passer al estilo inglés, mas en su última etapa se dejan ver visos de la ideología marxista en el que aboga por la intervención estatal, habla sobre las injusticias del sistema capitalista y las diferencias de clase y género (siendo además uno de los primeros autores feministas de la historia). Posiblemente Mill más bien buscó un punto de encuentro de diferentes teorías que tenían cada una aciertos e inexactitudes. Por ello, muchos expertos lo consideran más un optimista que buscó en realidad incluir en una sola teoría las ventajas de las diferentes doctrinas económicas y reducir asimismo sus respectivas falencias, en este sentido, condenó ideas como las de no propiedad y la no competencia y se alejó del pesimismo malthusiano-ricardiano según el cual el crecimiento de la población está llamado siempre a reducir al género humano al límite de la mera subsistencia.

En suma, se podría decir que en la misma forma que David Ricardo reescribió a Adam Smith, John Stuart Mill reescribió a David Ricardo. Mill, por ejemplo, amplió la teoría ricardiana del comercio internacional, pero rechazó su teoría del valor-trabajo y, en su lugar, demostró que la determinación de la relación final de precios dependerá de la intensidad de la oferta y de la demanda. Es decir, si la gente quiere más vestidos que alimento la relación se fijará cerca del nivel más elevado. Con esto John Stuart Mill pudo escribir en su obra clásica de mediados del siglo XIX Principios de Economía Política: “Por fortuna, nada hay en las leyes del valor que necesite una nueva explicación en el presente o en el futuro…”

Referencias bibliográficas

Samuelson, P. (1975). Curso de Economía Moderna (17ª ed.). Madrid, España: Aguilar