La educación y su impacto en la igualdad social

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Imagen: Borgen Magazine

Por: Lanna Albertazzi* y Jesús Martínez           

Caracas, 18 de mayo de 2022

“Las naciones marchan hacia su grandeza al mismo paso que avanza su educación”Simón Bolívar

La educación es ampliamente aceptada como un recurso fundamental, tanto para los individuos como para las sociedades. De hecho, en la mayoría de los países, la educación básica se percibe hoy en día no solo como un derecho, sino también como un deber. En tal sentido, normalmente se espera que los gobiernos garanticen el acceso a la educación básica, mientras que la Ley exige a los ciudadanos que alcancen la educación hasta cierto nivel básico. No obstante, las circunstancias de un niño o joven, como su nivel de riqueza, género, etnia y el lugar donde vive, juegan asimismo un papel muy importante en la configuración de sus oportunidades para la educación y para la vida.

(Des) igualdad de oportunidades

La educación es un derecho humano, un bien público y una responsabilidad pública, sin embargo, de acuerdo con cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), aproximadamente 265 millones de niños, niñas y adolescentes (NNA) a nivel mundial no tienen las posibilidades de ir a la escuela y graduarse, al tiempo que unos 617 millones de NNA no saben leer o realizar matemáticas básicas.

La desigualdad de oportunidades constituye, indudablemente, uno de los grandes pilares sobre los que se basan las considerables diferencias económicas, sociales y culturales existentes en nuestra sociedad. Estas disparidades, transgresoras de la necesaria justicia social, se han dado por generaciones en diferentes países y culturas como producto de desventajas, limitaciones sociales y prejuicios arraigados; propiciando un trato desigual hacia aquellos grupos considerados históricamente como vulnerables (mujeres, minorías religiosas o étnicas, personas de color, entre otros).

Este hecho significa toda una problemática debido a que las inequidades entre los grupos desposeídos y los núcleos de personas pudientes profundizan, a su vez, al menos cuatro tipos de desigualdades sociales, a saber, por raza, por género, por cultura y por nivel socioeconómico; conformando, además, las denominadas “trampas de pobreza” prohibitivas para la consecución de una verdadera igualdad social. Cabe resaltar que cuando hablamos aquí de “igualdad social” lo relacionamos con la noción de igualdad de oportunidades que, asimismo, se encuentra íntimamente ligada al concepto de “movilidad social” que se refiere a la posibilidad de que una persona, a base de trabajo y esfuerzo, salga adelante sin que las condiciones del entorno tengan un efecto determinante en este objetivo.

El papel de la educación

Es precisamente en este contexto que cobra especial relevancia la educación, cuyos múltiples beneficios para el individuo y la sociedad son incuestionables. Especialmente, por su eficacia como generador de mayor capital social. En palabras de Oxfam International (2019) “la educación de buena calidad puede ser liberadora para las personas y puede actuar como nivelador e igualador dentro de la sociedad” (p.3).  Además, como lo indica Audrey Azoulay, directora de la UNESCO, la educación “es, a medio y largo plazo, el medio más eficaz para reducir la pobreza y la desigualdad, y fomentar la inclusión social”. 

En efecto, una educación de calidad genera cohesión social dado que coadyuva con el cierre de brechas, proporciona oportunidades de movilidad socioeconómica, combate la pobreza, y promueve la participación ciudadana; incentivando así a entornos más democráticos. Es decir, la educación se configura como un poderoso motor para alcanzar una mayor igualdad y, por ende, una sociedad más justa. Es con este espíritu que la ONU, en su Agenda 2030, incluyó a la educación de calidad y la reducción de las desigualdades como parte de sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Impacto económico de la educación

Pero para comprender la auténtica dimensión de esta interrelación es importante considerar que la educación, además de ser un proceso fundamental para transmitir conocimientos, costumbres y valores, posee una capacidad única de transformar vidas y sacar a las personas de las sombras de la pobreza y la marginación tal como comentaba Azoulay. Para ilustrar, según la UNESCO (2020) se estima que la pobreza extrema podría reducirse hasta en un 55% si se lograra que todas las personas adultas (unos 420 millones de individuos) completen la educación primaria y secundaria.

El Banco Mundial (2021), por su parte, estima que cada año de escolaridad aumenta los ingresos de los países en alrededor de un 9%. Asimismo, Datos de V-Dem (2022) muestran una sólida relación positiva entre el índice de igualdad educativa y el de igualdad social (99,86%), mientras que una clara relación inversa entre el primer indicador y el porcentaje de acumulación de riqueza del 10% más rico de todo el mundo (aprox. -34,34%).

Estos datos son reveladores porque indicarían que la educación cumple un papel sumamente relevante como factor redistributivo de la renta en la población, implicando dicha redistribución per se un efecto igualador de clases. Esto es así puesto que la formación otorga a las personas las herramientas necesarias para, bien sea, optar por un empleo formal o emprender y generar fuentes de ingresos propias. Todo lo cual redunda en el mejoramiento de sus condiciones socioeconómicas y en un mayor acceso a bienes y servicios.

A nivel macro, la educación también contribuye al desarrollo económico a largo plazo, promueve la innovación y fortalece las instituciones, favoreciendo así a desarticular la segregación que históricamente se ha dado por diferencias de sexo, cultura o condición social. En consecuencia, una buena educación hace que incremente la probabilidad de mayores ingresos, menor pobreza y menor discriminación en los países.

Problema latente

Sobre esto cabe resaltar que, si bien se ha avanzado mucho en los últimos años, el mundo aún está muy lejos de lograr su completa reducción. Oxfam International (2019) señala que, en los países en desarrollo, “un niño de una familia pobre tiene hasta siete veces menos probabilidades de terminar la escuela secundaria que un niño de una familia rica” (p.4). Por su parte, en países como Pakistán e India, las niñas siguen teniendo tres veces más probabilidades de no haber asistido nunca a la escuela que los niños.

Estos hechos poseen tres implicaciones de importancia. Por un lado, los niños nacidos en familias ricas podrán ir a la universidad y recibirán educación especializada. Esto les brindará múltiples oportunidades para hacer crecer su privilegio heredado. Por otro lado, aquellos niños nacidos en una familia pobre, que no pudieron completar sus estudios, no podrán obtener una formación calificada. Como resultado, tendrán poco o nulo acceso al mercado de trabajo y, por ende, bajas probabilidades de obtener un salario digno. En el caso de las niñas, en particular, esto coadyuva a ensanchar las brechas de género.

Es menester señalar que cuando solo las familias con dinero pueden acceder a la educación, se socava la movilidad social. Se asegura que, si alguien nace pobre, él o ella y sus hijos morirán pobres también. Además, considerando que existen comunidades históricamente segregadas por clase, etnia, género u otros indicadores de privilegio y exclusión, este escenario consolida aún más la desigualdad social.

La formación con igualdad de oportunidades, en contraposición, permite a cualquiera, sin importar su género, cultura o condición social acceder a los beneficios que reporta un mayor ingreso. Una persona educada está capacitada para ser productiva y para contribuir a la solución de los problemas públicos que son componentes estructurales de nuestra sociedad. Es por esta razón que el aumento de la población con estudios genera condiciones reales de igualdad social. En este sentido, la educación es el único medio eficaz para que las personas puedan tener un mejor nivel económico, social y cultural.

Desafíos

A pesar de lo antes mencionado, es importante resaltar que la educación sólo podrá reducir las desigualdades sociales si esta se logra insertar en una verdadera estrategia socioeconómica coherente. Esto involucra la inclusión de medidas compensatorias para reducir las desventajas de quienes tienen diferentes tipos de limitaciones e invertir de forma prioritaria en una educación de calidad.

En este sentido, el contexto pandemia significa todo un desafío ya que ocasionó una interrupción sin precedentes en la educación de regiones vulnerables como América Latina y el Caribe. De acuerdo con la UNESCO (2020), 160 millones de NNA de la región no pudieron asistir a causa de la crisis sanitaria causada por el COVID-19. Entretanto, se puso en riesgo la infancia de 767 millones de niñas, quienes por el confinamiento son más propensas a llevar a cabo trabajos domésticos y ser objeto de violencia intrafamiliar. La organización también detalla que es probable que 11 millones de ellas no se reincorporen a la escuela.

Adicionalmente, la pandemia ha fomentado la innovación en el sector educativo, sobre todo la incorporación de nuevas soluciones tecnológicas para la educación remota o híbrida. Pero esta nueva realidad también trajo consigo otras desigualdades ya que los sectores de bajos recursos normalmente no tienen buena conexión a internet, acceso a equipos tecnológicos, entre otros.

Una visión compartida

Es por esta razón que la atención a esta problemática cobra una renovada urgencia. En estos momentos es una prioridad reevaluar los sistemas educativos y adaptarlos al nuevo contexto global, así como dirigir la transformación digital hacia la inclusión y equidad, pero precisamente para alcanzar una educación inclusiva y con equidad las diferentes líneas de acción que se implementen deberán estar enmarcadas en amplios acuerdos políticos que requieran la corresponsabilidad y participación de todos los sectores de la sociedad. Desde gobiernos, empresas, ONG, hasta centros de formación, profesores y padres. En suma, todos tenemos la obligación de coadyuvar a que los niños reciban una educación en igualdad que les proporcione las habilidades necesarias para salir adelante y escapar de la pobreza. Ante esto, la inversión en la educación se presenta como el perfecto antídoto.

* Lanna Albertazzi es economista egresada de la Universidad Metropolitana, estudiante de la maestría de Gerencia Pública en el IESA y Oficial de la Dirección de Países en el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF).

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