Por: María Eugenia García y Jesús Martínez
Caracas, 28 de septiembre de 2020
Partiendo del hecho de que la economía consiste en la asignación más eficiente de los escasos recursos, dadas las ilimitadas necesidades humanas, desde el inicio de los tiempos, el homo sapiens ha estado haciendo economía, incluso al ser un hombre de las cavernas. Por otra parte, la religión ha estado presente desde el inicio de los tiempos, pues el hombre siempre ha buscado justificar su existencia y función en este mundo mediante la creencia en entes o fuerzas sobrenaturales. Por lo tanto, no es muy descabellado pensar en que puede existir una relación entre la religión y la economía. Después de todo, tal como afirma el filósofo israelí Yuval Harari “la religión ha sido la tercera gran unificadora de la humanidad, junto con el dinero y los imperios”.
El académico estadounidense Earl Johnson fue uno de los primeros autores en tender puentes entre la religión y la economía, al interpretar la fe como “la economía de Dios” remitiéndose a los textos bíblicos (Nolte, 2017). De acuerdo con su propuesta, existe un sistema en el Reino de Dios para producir y consumir bienes, para crear riqueza y distribuirla. Entendiendo bienes y riquezas como algo mucho más allá que el dinero o algo material, es un sistema bajo el cual Dios quiere mostrar su amor al mundo y como sus riquezas pueden fluir en favor de sus hijos y beneficiar a la humanidad. En su esencia las sagradas escrituras no serían sino un vasto manual comprensivo acerca de la economía de Dios, es decir la administración familiar ejercida por Dios sobre la humanidad, consistente en que él mismo se imparte a su pueblo escogido a fin de que los humanos se hagan afines y similares a Él. El hombre, en consecuencia, sigue un proceso administrativo entre todos los recursos disponibles en los que se incluyen en todo momento las opciones religiosas, eligiendo su destino desde el coste de oportunidad frente al resto de alternativas vitales posibles, trazando de esta manera su destino. Puro acto económico decisorio.
Para ilustrar este punto en particular podemos citar a Robert Barro y Rachel McLeary (2003) quienes, después de analizar estadísticas de 59 países entre 1981 y 1999, evidenciaron que el crecimiento económico y el aumento en la productividad sí está estimulado por la creencia en una vida después de la muerte. Esto debido a aspectos inherentes al comportamiento de los individuos al procurarse una vida correcta para evitar el castigo del infierno y lograr la vida eterna. Estos autores también demuestran estadísticamente que las convicciones religiosas de la gente están positivamente correlacionadas con su nivel de educación, su expectativa de vida y su tasa de fertilidad y que la amenaza del infierno pesa más que el premio del cielo cuando los creyentes toman sus decisiones económicas.
Ciertamente, la religión tiene incidencia a nivel de hechos a la actividad económica, aun sin que nos demos cuenta. Por ejemplo el PIB real de un país tiende a aumentar en las épocas cercanas a diciembre, en donde la población cristiana incrementa su gasto en consumo privado para celebrar las festividades navideñas. De acuerdo con un estudio de la Universidad de Georgetown en Washington realizado en el 2016 por Brian y Melissa Grim, la fe aporta un total de 378 mil millones de dólares anualmente a la economía de los Estados Unidos (Basado en los ingresos en educación, salud, actividades congregacionales, organizaciones benéficas, medios de comunicación y alimentos), empleando a cientos de miles de trabajadores. Solamente en Estados Unidos, la religión aporta más a la economía que Apple y Microsoft juntos, pues generan bienestar espiritual, pero asimismo son creadoras de bienes y servicios.
Otros eventos con una periodicidad de un mes entero, como la celebración del Ramadán en la religión musulmana, paralizan la actividad económica, debido al ayuno que practican los creyentes, puesto que los 30 días son no laborables y son dedicados exclusivamente a la religión. Existen otros eventos que también influyen en la economía y son eventuales, como por ejemplo el ataque a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 que tuvo motivaciones políticas, pero principalmente religiosas e impactó negativamente a los mercados financieros estadounidenses y mundiales, pues el epicentro del ataque terrorista fue Nueva York, capital financiera del mundo. La economía estadounidense entró en una recesión debido a la desconfianza y a la inseguridad que sentían los ciudadanos.
El judaísmo
Uno de los aportes tempranos a la economía fue de parte de la religión judía. Los orígenes de esta religión se remontan a Judea, el territorio geográfico que actualmente está compuesto por Palestina e Israel. Los habitantes de Judea eran los más conservadores de la pureza de la religión. Para ese entonces se podían notar ciertas características que definirían su manera de ver la economía, como una marcada desigualdad social, pues las personas o eran muy adineradas -las pertenecientes a la realeza y a la corte, usualmente- vivían con altos niveles de lujo gracias a la explotación de los esclavos o, vivían en condiciones de miseria, escasez y pobreza aguda -la mayoría del pueblo-. La sociedad descrita en el Antiguo Testamento poseía características del capitalismo moderno, como la propiedad privada, la división del trabajo, la creación de los mercados y el uso de las monedas. No obstante, no poseían otros recursos materiales de importancia con excepción de los bosques; sin posibilidad de desarrollar las industrias de trasformación, por lo tanto, no era posible que se realizara un progreso económico de relevancia.
La lucha entre la sociedad tribal, con su propiedad comunal y su actividad económica primitiva y el progreso económico impersonal de una sociedad más compleja, estratificada en clases y castas basadas en gran parte en la propiedad privada, están reflejadas en el Antiguo Testamento y en las recopilaciones posteriores de leyes e interpretaciones que constituyen el genuino pensamiento judío. Además, comenzó la diáspora de mercaderes y mercancías con los indicios del comercio interior y exterior y las personas optaron por acumular y distribuir riquezas.
Aunado a todos estos hechos, se introduce en la vida social de aquel momento los diezmos y ofrendas como aportes desinteresados que realizaban los fieles a la iglesia con la intención de expiar sus pecados y salvar su alma, además de retribuir a un Dios bondadoso una ínfima parte de lo que Él había hecho por ellos. Se introduce el concepto de jubilación para que las familias pasaran más tiempo reunidas, del año sabático para el perdón de las deudas, surge el concepto de misericordia y con ello la caridad, vista como una transferencia -pues no tiene contraparte- a un tercero más necesitado. Se introduce el concepto del bien y del mal, de la salvación y de la perdición, y a partir de la limosna se puede apreciar más este fenómeno, pues si se aportaba dinero a las personas más necesitadas como ancianos, embarazadas, extranjeros que venían de paso o incluso vagabundos, el alma se salvaría porque se consideraba que es una buena obra y será recompensada en la vida después de la muerte.
La rebeldía espiritual de los profetas refleja este cambio en la estructura económica, denunciaban la avaricia de la sociedad nueva, trataron de retrotraer a los hombres a la forma de vida de la alianza, de revivir la justicia y la clemencia como principios de la conducta social. Condenaban los excesos de las nuevas clases comerciales, de los usureros y de los despojadores de tierra y predicaban la vuelta a las limitaciones del derecho de propiedad privada. Dos de los sabios más famosos de la época, el profeta Osas y el profeta Amos castigaban el fraude y además repudiaban la actividad relacionada al arbitraje y al cobro de intereses por préstamos, castigando a quienes realizaban esas actividades.
No consideraban los males que denunciaban como resultado, en parte, de una nueva estructura económica, sino que los atribuían exclusivamente a un cambio en el corazón del hombre. La codicia y la corrupción fueron consideradas como la causa única de la miseria. El remedio era totalmente idealista: aceptar plenamente la ley de Dios, volver a vivir conforme el código religioso. No formaba parte de sus concepciones la visión clara de una nueva estructura social del futuro. La expansión de la producción y el creciente dominio del hombre sobre la naturaleza exigían a las instituciones recientemente establecidas. Por lo tanto, en la medida en que los profetas se interesaron por el orden social y por la conducta del hombre, solo pudieron expresar la vana esperanza del retorno a una situación más primitiva.
Grecia
Grecia fue quizás el más grande productor de filósofos y pensadores de toda la historia, asimismo tuvo una rica y extensa obra mitológica que es fiel exponente de lo que significaría la cultura griega. Yuval Harari afirma que gran parte de la mitología antigua es en realidad un contrato legal en el que los humanos prometen devoción imperecedera a los dioses a cambio de poder dominar a las plantas y los animales.
Aunque pueda parecer trivial a primera vista, el primer efecto religioso de relevancia sobre la economía fue convertir en propiedad a plantas y animales que antes fueron iguales espiritualmente a los humanos y permitió explotarlos como producto. Este factor, entre muchos otros, moldeó la temprana economía griega, la cual vivió un auge en el comercio exterior a través de vías marítimas del Mediterráneo, puesto que importaban granos y especias y exportaban vino y aceite de oliva. Aunado a esto, las polis griegas desde el año 550 a.C. ya utilizaban monedas. La producción de esta sociedad consistía en artesanías y en agricultura, sobretodo en la capital, Atenas. Aquí también surgen los impuestos por importación con carácter directo únicamente a la élite en tiempos difíciles, pero indirectamente al resto de la sociedad, sobre todo con el comercio de esclavos, ganado y vino.
Un aspecto particular de su economía era la producción dedicada a los sacrificios o también llamados “hecatombes” que desde un punto de vista religioso poseía, en efecto, un uso productivo. La liturgia religiosa consistía principalmente en que los humanos sacrificaban corderos, vino y pasteles a los poderes divinos, quienes a cambio prometían cosechas abundantes y rebaños fecundos. El rey por ejemplo, en la capital del reino, sacrificaba decenas de gordos carneros al gran dios de la guerra Ares, al tiempo que rezaba para obtener la victoria contra los bárbaros.
Adicionalmente, a pesar de que no surgieron términos formales relacionados a la ciencia económica, surgieron muchos principios fundamentales para la misma, propuestos por Platón y Aristóteles principalmente. Inicialmente Platón (427 a.C. – 347 a.C.), aportó la concepción de que es importante la división del trabajo y la especificación para aumentar la producción, rechazó el oro como riqueza por ser corruptor de élites, rechazó las riquezas individuales en la élite, planteando una especie de “comunismo” para esta clase y estableció una jerarquía social. Por otra parte, Aristóteles (384 a. C- 322 a.C.), si bien no rechazó la concepción y la utilidad del dinero, consideraba que debía utilizarse únicamente para satisfacer necesidades básicas y no a la acumulación de riquezas. Además, consideraba la propiedad privada mucho más productiva en manos de los individuos y no de las élites; también fundamentó la filantropía. Jenofonte (430 a. C. -355 a.C.), por su parte, define a los bienes económicos como aquellos que proporcionan una utilidad a quien los posea, es decir, no considera bienes las cosas perjudiciales.
Roma y la Iglesia Católica
En lo que respecta a los aportes de la religión y las civilizaciones antiguas, siempre es importante mencionar al Imperio Romano. Para ilustrar, es en este tiempo cuando se introduce el hecho de que el precio de los bienes se establece de acuerdo con la valoración y no según el capricho de los individuos ni el trabajo que costó hacerlo.
A pesar de que el aporte romano a la historia económica fue bastante vago, dado que la economía básicamente se circunscribe a la administración de la hacienda (se abocaron a la política, la guerra y a lo jurídico principalmente), sí es posible encontrar algunos escritos económicos latinos que abarcaban temas como la explotación agraria de inspiración griega. Además, autores como Séneca (3 d.C-65 d.C.) realizaron numerosos aportes. Este autor hizo contribuciones en lo que respecta a la clasificación, distinción y conceptualización de los bienes. Fue el primer autor en considerar y definir los bienes públicos, también reconoce que surgen oportunidades de trabajo para que la monarquía y la clase alta se mantengan, realizó aportes a teorías económicas como la preferencia temporal de los bienes, argumentando que se valoran más los bienes en el presente que en el futuro y también formuló la teoría del valor, indicando que el valor es directamente proporcional a la escasez de un bien y de lo peculiar que este sea.
El afán por resolver todo tipo de conflictos impulsó a los romanos la confección de una serie de normas, leyes e instituciones. Este es uno de sus principales legados a la cultura occidental. En la medida en que se referían a instituciones económicas, puede considerarse que contribuyeron a la Ciencia de la Economía, aunque no en el campo de la teoría pura, sino en el campo de la economía aplicada (en este caso en su aplicación jurídica) a partir de la introducción de regulaciones relacionadas al dinero, los precios, los contratos, las obligaciones, los bienes, las sucesiones, la propiedad privada, los préstamos, los alquileres y la fijación de intereses y de rentas. La religión no tendría un factor de relevancia en la economía romana hasta la llegada del Cristianismo de la mano del emperador Constantino. El cristianismo como religión reconocía el trabajo físico como la ocupación fundamental y más honrosa del hombre. Por ello, los esclavos y oprimidos se sentían atraídos por esta religión. El cristianismo se manifestó al principio como la religión de los esclavos y los libertos, los pobres y los parias, de los pueblos subyugados o dispersos por Roma (Schumpeter, 1954). No obstante, al convertirse luego en religión de Estado pasaría a ser la religión de las élites.
A partir de allí, pasando por la caída del Imperio Romano y toda la Edad Media, la Iglesia tendría una importancia fundamental tanto en el aspecto político, económico como social. El pensamiento económico cristiano, en términos sencillos, honra a la pobreza, ya que supone que la recompensa para los pobres vendrá después de la muerte. Por otro lado, critica al exceso de riqueza como corruptor, la usura y el cobro de intereses. Urge a las personas a practicar la misericordia y la caridad.
Sin embargo, es importante resaltar el hecho de que la Iglesia se convirtió en el mayor latifundista de toda la historia. A la Iglesia le fueron cedidos territorios en toda Europa bajo su directo gobierno (como los reinos papales en Italia), sin contar monasterios, iglesias y conventos, entre otros, que se mantienen hasta la actualidad. La Iglesia se mantuvo principalmente mediante la institución del diezmo, que requería una aportación del 10% de la producción de los siervos, así como mediante donaciones por parte de la nobleza, pero asimismo fue uno de los principales impulsores durante la Edad Media de la llamada “economía de guerra” gracias a las riquezas obtenidas durante las Cruzadas. También durante la Edad Media se introdujeron los tributos para el perdón, que básicamente consistían en pagos para la redención de pecados.
El Islam
La cultura islámica ha sido, sin lugar a dudas, una de las más ricas e importantes de toda la historia de la humanidad. En la Edad Media, cuando tuvo su mayor auge y florecimiento logró esparcir por Oriente Medio, África y Europa un sinfín de conocimientos en áreas tan variadas como la química, las matemáticas, la literatura y las artes plásticas. Sorprende mucho que el pensamiento económico haya quedado al parecer un poco relegado para los filósofos islámicos dentro de esa vorágine de desarrollo del saber, no obstante, el tema económico no quedó totalmente ignorado dentro del debate y las letras pues fue parte de discusiones que iban más allá del tema económico.
Los más importantes pensadores económicos islámicos fueron Abu Hamid al-Ghazali e Ibn Khaldan, hombres doctos quienes observaron con mucha claridad sus respectivas sociedades y hallaron situaciones que merecían la pena ser estudiadas como fenómenos económicos per se. Al-Ghazali y Khaldan fueron estudiosos que integraron la economía dentro del estudio de diversas disciplinas, aunque siempre circunscrito dentro del marco religioso islámico. En cuanto a al-Ghazali su estudio se centró en la dinámica y descripción del intercambio de bienes en los mercados. En este sentido, el filósofo indicó que el desarrollo de la especialización y división del trabajo está íntimamente relacionado con el crecimiento del mercado, existe pues un payoff que lleva a un mayor producto en la economía. Ante este panorama señaló la ineficiencia del trueque como método de cambio (pues las ponderaciones de cierto bien son completamente arbitrarias) y, por ello, proponía el uso de la moneda ya que facilitaba los intercambios comerciales. Por su parte, Ibn Khaldan, tuvo como mayor aporte la propuesta de la existencia de los llamados ciclos de desarrollo, aquellos que explican cómo una sociedad pasa de un estado económico a otro, es decir, cómo evoluciona.
A pesar de que los temas meramente económicos no son comunes en sus escritos, podríamos concluir que los aportes de estos filósofos árabes fueron, no obstante, muy importantes. Debemos tomar en cuenta que en los tiempos de estos representantes del pensamiento económico aún no existía una justificación formal de la economía. Por lo tanto, los análisis económicos eran consecuencia o parte de la dinámica de otras ciencias como la política y de actividades como el comercio. Sin embargo, Al-Ghazali tocó temas tan relevantes como el gasto público, los préstamos, el interés, la usura y la carga fiscal de la ciudadanía. Khaldan hizo lo propio con el estudio de la población, los beneficios, los bienes de lujo, la oferta y demanda. Ambos coincidieron en el tema monetario como la formación de capital y el dinero como medio de cambio y unidad de cuenta. El único factor que en cierta forma le restaría autoridad a sus estudios sería el sesgo ideológico, ya que estos filósofos árabes analizaron las actividades económicas desde un punto de vista religioso, no tanto científico. Mas es preciso reconocer que tanto ellos como muchos otros filósofos de la Antigüedad y la Edad Media serían los que abrirían la senda de lo que se convertiría muchos años después en la ciencia económica.
Para concluir, podemos comentar que tanto la práctica religiosa como la económica tienen una vigencia que se remonta a los orígenes de la historia de la humanidad. Independientemente de la distinción geográfica, cultural y social, el hombre se ha identifica con un Ser Supremo al que le adjudica milagros, la creación de la vida y del universo y su existencia, pero asimismo cree en el valor del dinero. La religión, desde esta perspectiva, puede ser vista como un catalizador para el crecimiento económico y el desarrollo social de las naciones, pues derivan en la creación de organizaciones que producen ingresos y capital social a partir de las relaciones interpersonales y los lazos que se crean. Además, la libertad de creencias religiosas al parecer produce buenos resultados a nivel económico y empresarial. De acuerdo con Brian Grim de la Universidad de Georgetown y Robert Edward Snyder de la Universidad Bringham Young (2014), países con bajos niveles de hostilidades religiosas y gobiernos restrictivos en religión clasifican más alto en la competitividad global, además de contribuir a la paz y estabilidad y ayudar a disminuir la corrupción, dos ingredientes importantes para el desarrollo económico.
La religión afecta a la toma de decisiones y al comportamiento humano al establecer normas sociales y forjar personalidades individuales. Además, la práctica religiosa puede cultivar natural y eficientemente el capital humano para impulsar la economía, pues fomenta a los estudiantes a dedicar más tiempo en sus estudios, a trabajar duro para ser una buena persona y a tener mayores aspiraciones académicas, aportando así a la construcción de un mejor mundo y buscando garantizar una recompensa con sus actos en vida en el más allá.
Referencias consultadas
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